top of page
  • Tony Pichardo

Pájaros de papel

Será por todo esto, que mi memoria se empina a ratos,

como tus papalotes, los invencibles, los más baratos.

El papalote, Silvio Rodríguez.


“Mi mamá es cuero”, dice, mirando el cielo,

mientras intenta encampanar su chichigua.


Cinco de la tarde. Inicia el toque de queda en Santo Domingo y toda República Dominicana. Se impone la nueva ley Covid 19. En la mañana, el ministro de Salud, como Gran Hermano del naufragio, se repetía en todas las pantallas anunciando más muertos y más infectados. Eso sí, siempre optimista ante la desesperanza y la tragedia. Pero Julito* no se entera, él es feliz, porque dicen las noticias que este año, quizás no tendrá que volver a la escuela y junto a otros niños, se dispone a encampanar su chichigua con los colores de la bandera, en un cielo más azul que nunca. El barrio estrena un nuevo cielo, lleno de pájaros. Casi sin aviones, sin los nubarrones que provoca el humo de los vehículos y las enormes chimeneas de las industrias, desde cualquier lado se aprecia un mar de puntos luminosos y rabos coloridos de todos los tamaños.

Julito tiene 11 años, pero parece mucho mayor. Su relato es directo, desgarrador, pero a la vez despreocupado, como el de un viejo guerrero de la vida que ya lo ha visto todo. Ha vivido su corta edad cronológica en Pantoja, un barrio del municipio de Los Alcarrizos en la provincia Santo Domingo, caracterizado por miles de casuchas amontonadas, falta de servicios básicos, pocas fuentes de empleos, prostitución y puntos de drogas a granel que conviven con la complicidad de la policía. Nada que usted no conozca, ¿verdad?

Habla mucho para su edad de pre adolescente. “Mi mamá es cuero”, dice, mirando a otro lado, mientras intenta encampanar su chichigua. Con esa frase punzante, dolorosa hasta el hueso, pero a su vez ingenua, inicia esta historia.

Pantoja, la historia repetida

Como primera opción, Wikipedia dice que “Pantoja es un municipio español de la provincia de Toledo, en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. El término "Pantoja" podría derivarse del nombre de un antiguo propietario de la aldea".

Pero el Pantoja local tiene otra historia, menos elegante que el Pantoja de la “Madre Patria” y más parecida al Made In criollo: morfológicamente arbitraria y caótica, igual de arrabalizada, en fin, como la mayoría de los barrios locales. El blog digital de la Junta Distrital, dice que “Pantoja surge de sectores creados en terrenos del Consejo Estatal del Azúcar, para reubicar a familias desalojadas por los gobiernos balagueristas”.


En ese promontorio inhóspito y zonas medio “rurbanas”, se fue conglomerando toda la pobrería expulsada del campo dominicano e inmigrantes haitianos arrojados de los bateyes o llegados directamente de Haití. Es, la (des)organización perfecta que va estructurando la pobreza y el amontonamiento poblacional sin planificación, lejos de la gran urbe y que se repite en cada barrio del Gran Santo Domingo.


De ahí sale Julito, su chichigua azul-rojiblanca, que navega el cielo en estos tiempos del Coronavirus y su madre Estefany* trabajadora sexual.

Estefany y el trabajo sexual en RD

“Yo no le paro a eso”, responde, al preguntarle cómo se gana la vida, debido al peligro que conlleva ejercer el trabajo sexual durante la pandemia del Covid 19.

Estefany creció con su abuela, fue llevada a Pantoja a los 4 años, luego de la muerte de Julio, su padre. Su madrastra la dejó en la puerta de la casa, puso en sus manos alguna ropa dentro de una funda plástica y desapareció. Ahí creció y salió embarazada a los 16. Estaba en primero de bachillerato, cuando un vecino casado y que le triplicaba la edad, le ofreció dinero a cambio de sexo. “Y yo caí”, dice, mordiéndose la boca. Luego la golpeó, le dio 3 mil pesos para que abortara y una noche se fue del barrio. “Jamás he sabido de él y lo demás, pa´qué te cuento, ya tu ve… historia patria”, sostiene, frotándose las manos, consciente de que le estaba confesando a un extraño la historia de su vida.

“Sí…yo he oído lo del virus, pero yo no le paro a eso, mi hijo y yo tenemos que comer y en esto día no aparece ná”, responde, al preguntarle cómo se gana la vida, debido al peligro que conlleva ejercer el trabajo sexual durante la pandemia del Covid 19.

Como Estefany, hay miles de mujeres practicantes del milenario oficio de la prostitución, que continúan en las calles, a riesgo de contraer el Coronavirus.

Recientemente, la diputada del PRM Jaqueline Montero, solicitó al Gobierno dominicano, incluir a las trabajadoras sexuales en el plan de compensación y ayuda anunciado por el presidente Danilo Medina. Dijo que, por causa del Coronavirus, hay aproximadamente 200 mil mujeres que trabajan en las calles y otros lugares de diversión, que en la actualidad tienen que quedarse en sus casas, debido a que los negocios están cerrados.

Montero, desde antes de llegar al Congreso Nacional, dirige el Movimiento de Mujeres Unidas (MODEMU), ofreciendo apoyo a trabajadoras sexuales, procurando que puedan enrolarse en el mercado laboral y al igual que ella salir del lastre de los proxenetas y la prostitución. Por anteriormente haber ejercido el trabajo sexual, a Jaqueline, muchos todavía no le perdonan su osadía de aspirar a una curul del Congreso Nacional, mucho menos, que haya sido una de las aspirantes a Diputada más votada en su demarcación. “Ahora tenemos un cuero en el Congreso” dijo aquella vez, un famoso comunicador. En esa ocasión fue ácidamente criticada por otros comentaristas de radio y televisión. En las Redes Sociales, hubo una fiesta de burlas hacia ella, por reclamar derechos de una clase, que todos saben que existe, pero hacia donde el ojo hipócrita no quiere mirar. Para qué verlas, si sólo son “las flores de la noche” en el fango, las putas apiladas en la “Bolita del Mundo” o en los “bares de mala muerte” de todo el país. Pero las estadísticas dicen que son reales y están ahí. Que son madres, hijas, abuelas, algunas con esposos, que sólo tienen su propio cuerpo como medio de vida y que cada vez están más cerca de las grandes avenidas de casi todas las ciudades.

Un estudio realizado en el 2019 por el Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN) asegura que en el país “hay cerca de 500 mil mujeres que se ganan el sustento a través del trabajo sexual”. La investigación dice, además, que a las trabajadoras sexuales tradicionales, se suman otras modalidades del oficio, nombradas popularmente (de manera despectiva) como “chapiadoritas”, “chapiadoras” y las del “sexo virtual”, que podrían alcanzar las 200,000, donde entran incluso menores de edad.

Barrios con chichiguas de colores y fondos oscuros

Con el confinamiento decretado debido a la pandemia del mortal Coronavirus, llegó la moda de las chichiguas a los barrios del Gran Santo Domingo, y cada tarde, desde los techos de las casas, esquinas y plazas, cientos de niños encumbran sus coloridos pájaros de papel, como un sueño que les aleja de la incertidumbre y todo lo malo que en estos días ocurre en la tierra. Es la rebelión contra el hacinamiento, la estrechez y las limitaciones que impone el barrio. Cada tarde, los pequeños sacan a pasear la creatividad puesta en cada diseño, junto a sus ganas de volar a otra realidad o estadio de la vida menos amargo. El espectáculo se convierte en la fiesta de todos, porque tanto disfruta el volador de la chichigua, como el espectador que observa su danza; es como un juego que, mediante un trozo de hilo, les permite tocar las nubes.

Y ahí, en ese micromundo imaginario, está Julito con su chichigua color patria. Soltando hilo, subiendo cada vez más, surcando el firmamento por encima de todo y de todos, incluso por encima del estigma y su tragedia. Saberse hijo de una joven mujer, que a bandazos de realidad la ha llevado a ganarse la vida y la de él como prostituta, parece no perturbar su vuelo.


A las cinco de tarde de estos días de mierda, junto a los demás niños de Pantoja y de casi todos los barrios de Santo Domingo, Julito se conecta a su chichigua, a esa secuencia etérea que le lleva a otra dimensión, donde están escondidas las cosas más simples y felices, allá detrás del virus, incluso más después de los infectados y muertos que anuncia día tras día el ministro de Salud.

El sol se va ocultando, la noche se riega de golpe sobre las viejas casas del barrio y a lo lejos, sobre los techos y las esquinas, solo van quedando en la memoria, las gritos y frases apresuradas del lenguaje chichigüil: súbela, súbela, ya le dio la culebrilla, busca otro pedazo de trapo que le falta cola, esos pendones pesan mucho y por eso no vuela, arréglale los frenillos, dame hilo, endereza la cola, ahora sí, va subiendo, va subiendo. Hasta que todo es oscuro y el barrio, como siempre, “se va en una o se va banda”.

Julito* y Estefany* son nombres ficticios

244 visualizaciones1 comentario
bottom of page